Me
llamo María y soy una estudiante más de la Universidad de Las Palmas de Gran
Canaria pues así me siento, totalmente integrada en la vida universitaria a
pesar de mis 46 años. Todo comenzó en junio
de 2007, cuando me preinscribí en la diplomatura de Maestra de Educación
Musical tras muchos años sin estudiar, habiéndome casado y tenido dos hijos. Mi
decisión de volver a estudiar seguía rondándome por la cabeza hacía tiempo con
lo que deseé materializarlo al tener ya a mis hijos crecidos: era mi momento de
continuar los estudios y sentirme realizada. Hubo un error en la preinscripción
-por lo visto faltaban unos documentos, cosa que resultó ser incierta- y me
denegaron el acceso a la Universidad. Recuerdo el día aquel intensamente, me
metí por la tarde en la cama totalmente deprimida por no poder acceder a
realizar los estudios que tan ansiosamente deseaba iniciar, me afectó muchísimo
pero al día siguiente decidí reclamar

y se percataron de que había sido un
error y que los documentos se habían entregado correctamente. Con lo cual
conseguí entrar en la Diplomatura de Educación Musical cuyas clases comenzaron
en septiembre de 2007.
El
primer día iba hecha un manojo de nervios, expectante, ilusionada pero algo insegura
por mis años, tenía en aquel momento 39 y mi diferencia de edad con respecto al
resto del alumnado de clase pensaba que iba a ser una barrera pero para nada,
me aceptaron como una más y así lo sentí en cada momento. Fueron años de
aprendizaje intenso, me costó muchísimo arrancar el primer semestre pero con
constancia y con muchas ganas, porque las había, conseguí ir aprendiendo y
sacando todas las asignaturas y con muy buenas notas. Hice nuevas amistades que
llegaron a convertirse en parte importante de mi vida y el hecho de caminar por
los pasillos como una más de la facultad, ”mi Facultad de Formación del
Profesorado”, de ir a estudiar a la biblioteca de Humanidades, el tomarme un
café en la cafetería y escuchar cantar a Carlos, a uno de los camareros que
allí trabajaba, cómo nos alegraba la tarde y nos mostraba su resiliencia, a
pesar de estar muchas horas ahí, raramente le faltaba una sonrisa para
recibirnos. Tantas y tantas horas que me
pasé repasando en dicha cafetería, tomando mi cortado clarito antes de entrar a
un examen o cuántos trabajos grupales hicimos en ella…
No
sólo entablé amistad con mis compañeros/as de diplomatura sino hasta con
algunos docentes llegué a conectar de manera tan especial como con mi profesor
de Agrupaciones Musicales que me ayudó muchísimo en todos estos años y me
brindó su apoyo en muy duros momentos pues con él pude abrir mi alma y contarle
todo por lo que estaba pasando por aquella época, una desastrosa situación
matrimonial, hasta el punto de tener que denunciar lo que no me atrevía a denunciar:
que sufría violencia de género. Algunas compañeras me apoyaron mucho y sobre
todo, este gran amigo en el que se convirtió mi profesor de música, fue un
ángel protector que me pusieron en el camino y aún hoy en día no sé cómo pude
estudiar y desconectarme de todo lo que estaba pasando en mi casa y sacar una
diplomatura: Pero entiendo y entendí en su momento, que la Universidad no sólo
te da cultura, también te transmite valores y libertad: Libertad para volar,
salir de los cánones preestablecidos, abrir tu mente a nuevas posibilidades y a
creer que eres grande y que todo lo puedes conseguir, con trabajo, con tesón y
perseverancia. La educación da libertad, da alas, da vida.
Disfrutaba
muchísimo en clase, sintiéndome una más, respetada, valorada y hasta
querida. Me encantaba esas grandes
charlas por los pasillos, el ensayar con los carillones y flautas en las mesas
de la entrada del anexo de Humanidades con mis compañeros, cuántas veces tocamos
“La Paloma”, “White Christmas” y otras
canciones a cuatro voces. Tampoco olvidamos el gimnasio, bastantes horas de ensayos, de bailes y
danzas del mundo y canarias que tuvimos que bailar en él. Horas de esfuerzo que
en el fondo se hacía nada porque vivíamos la música, sentíamos su pulso, su
esencia, sus acordes como parte de nuestro latir. Entusiasmados con ser futuros
maestros de música, no había otra motivación mayor que esa y tan sólo la
Universidad y nuestro trabajo constante podían llevarnos a cumplir nuestro
sueño.
Por
otra parte, me enorgullece recordar las clases de música con José Brito, Yeray
Rodríguez Montesdeoca, Francisco Robaina Palmés, Francisco Quintana Guerra, su madre Manuela
Guerra, grande donde las haya, con tantos y tantos profesores que me marcaron
de tal manera… Y para bien… De hecho, los mencionados fueron tres de ellos
padrinos de nuestra orla y José Brito, gran director de orquesta y de corales,
nos preparó una versión del “Gaudeamus Igitur” con un son cubano que no dejó a
nadie indiferente. Todo un maestro del más bello lenguaje universal: la música.
Gracias a todos pues tatuaron en mi ser esa desatada pasión por la Educación Musical.
Y
pasaron esos tres años de diplomatura, pero yo quería seguir formándome y no
quería parar, necesitaba aprender y aprender. Mi nuevo reto fue matricularme en
el Curso de Adaptación al Grado de Maestra de Primaria en el curso académico
2011-2012. Esta vez nos tocó estudiar algo más lejos de nuestra querida”
Facultad de Formación del Profesorado”, fuimos al edificio de “La Granja” y
allí dimos asignaturas tan interesantes y emocionantes como la de “Aulas y
Escuelas Interculturales” con mi querida María Rosa Marchena, Dios, qué docente
tan buena, cómo me abrió la mente, las fronteras de mira, cuánto aprendimos con
ella. Sus clases eran motivadoras, curiosas, se me pasaba el tiempo volando.
Hay docentes que te marcan para siempre y ella fue una de ellos. Cómo nos
inculcó el valor de la diversidad, el informarse y formarse antes las
diferencias de las personas, el ser tolerantes y reconocer que todos somos
iguales pero diferentes y que la diversidad es un tesoro, un valor a adquirir. Que
no importa si somos inmigrantes, diversos funcionalmente, que todos somos,
sentimos, amamos lo mismo…
Este
nuevo reto resultó ser muy bueno pero a la vez algo entristecedor pues tuve que
dejar ir una amistad de seis años con una compañera por discrepancias
personales y académicas y no lo pasé
bien porque al principio no lo asimilé pero esta chica junto con otra que vino
a hacer este curso desde Galicia me hicieron vivir una especie de infierno en
las aulas pues no es que yo tuviera y tenga un locus de control externo y
actitud de víctima, de hecho, al año siguiente lo comenté a una docente experta
en el tema y sufrí “acoso universitario” por llamarlo de manera acorde a mi
nivel académico relacionándolo al término de “acoso escolar”. Sí, también hay “bullying”
en la Universidad, y por los grupos de clase creados en las redes sociales
además, parece mentira pero lo hay y ya con mi edad como que me parecía
increíble pero fue cierto y bien cierto por lo que tuve que pasar y soportar.
Pero afortunadamente sobreviví a ello y aprendí mucho. Hasta que volví a mi
Facultad del Obelisco y comencé en septiembre de 2012 en la Licenciatura de
Psicopedagogía: continuaban mis retos, no podía ni quería parar… Ya no…
Y
comencé con mi nuevo sueño: ser psicopedagoga. ¡¡Qué grande!! Dos años duros, intensos, de horas y horas de
aprendizaje, de estar en casa estudiando mucho los fines de semanas, las
Navidades pero disfruté bastante con las clases de Félix Guillén de “Procesos
Psicológicos Básicos”, de las de Fermina Delgado en “Métodos de Investigación
en Educación”, José Manuel Pellejero con “Psicología Evolutiva” –sus clases
eran la bomba me enganchó a su peculiar manera de exponer los trabajos
grupales, haciéndolos “debate”- hasta tener la fortuna de reencontrarme con
Rosa Marchena en “Diversidad en el grupo de Iguales”, qué pasada. No quiero
dejar atrás a una docente que me marcó si cabe aún más y que fue tutora de mi Trabajo
de Fin de Grado: Margarita López Lozoya quien me enseñó a amar la investigación y a aceptar, comprender y
valorar la interculturalidad. Estos dos
cursos de Licenciatura fueron muy, pero que muy especiales pues conocí a un
tesoro de compañera, mi Lau, mi Laura López Viera, una amiga con mayúsculas
gracias a ella que me inyectó el vicio de cuidarme, de comer sano, de apuntarme
en el gimnasio he conseguido bajar 5 tallas y a sentirme más a gusto conmigo
misma. Y no sólo eso me ha contagiado su dinamismo, sus inmensas ganas de vivir
la vida, admiro su fuerza, su creatividad con tan sólo 23 añitos. Hoy en día,
ambas cursamos un máster, sigo siendo afortunada pues cuento con su compañía,
sus intensas ganas de investigar que me lía y lía con sus proyectos de grabar
un vídeo para su blog en las inmediaciones de la Facultad, en la cafetería o me
propone hacer a medias una revisión bibliográfica para un congreso de varias
universidades, entre ellas, la nuestra: la insigne Universidad de Las Palmas de
Gran Canaria.
Terminamos
licenciándonos, celebrando la orla el 12 de julio de 2014, en el salón de actos
de nuestra facultad, con nuestro cercano y amigable Decano Marino Alduán, que
apoya siempre al alumnado en proyectos novedosos como el de la parranda de la
facultad. Fue un acto inolvidable con
dos madrinas y un padrino: Margarita, Fermina y José Manuel. La primera, mejicana de nacimiento y de corazón, nos dio
una sorpresa con unos “mariachis” que nos alegraron en esa clausura de nuestra licenciatura.
Cantamos además, una canción en inglés cuyos arreglos se los debemos a Laurita, mi Lau, ¡gran músico esta niña! Fueron
momentos hermosos para el recuerdo.
Pasó
el verano y ahora aquí estamos, en el curso académico 2014-2015 estudiando Laura, el máster de Mediación Familiar y Sociocomunitaria
y yo, el de Intervención Familiar. Hemos conocido a un grupito de clase muy
bueno, a Débora, Sara Estrella, Merche, Natalia, la otra Sara, Javi y muchos más
con los que hemos conectado en tantas cosas, con los que me escapo a la hora
del descanso a la cafetería-estamos super enganchados al café- o nos vamos los
viernes a la chocolatería que está cerquita de la facultad a merendar pues la cafetería cierra los
viernes antes. Qué ratitos más ricos y
agradables que pasamos juntos. Me siento una chiquilla de 22 años cuando estoy
con ellos. Es increíble la alegría y las ganas de vivir que me dan. De seguir
luchando, estudiando y aprendiendo. De
ellos sí he aprendido mucho, cosas muy, muy buenas. Sueños y proyectos de
futuro que tenemos, planes de vida, de una vida académica y laboral pues hemos
formado un buen grupito. Señores: ¡esto no termina aquí, aún hay más! ¿Verdad Laura? A por el título de estos
másteres y el sueño no muy lejano de un doctorado. ¡Adelante, mis valientes!
¡Los quiero!